El otro día sucedió algo interesante. Al final del día, mientras cenábamos en el comedor familiar de siempre, vi pasar volando algo frente a mí y posarse después en una cortina frente a una puerta a la derecha de donde me encontraba comiendo.
Pensando que se trataba de uno de esos saltamontes con forma de hoja que ronda por aquí, observé la pequeña figura de color verde y no tardé mucho en reconocerla… era una mantis religiosa.
Nunca había visto una tan de cerca, tenía una longitud de cerca de diez centímetros, de un color verde claro, con sus distintivas patas aserradas y ojos grandes color negro.
Permaneció en ese lugar durante el resto de la cena, mientras yo la observaba como limpiaba sus antenas y su rostro. Desde ese momento, mis intenciones fueron claras, quería llevármela a la oficina, verla un poco más, tomar unas fotografías y después liberarla.
Bueno, me hubiera gustado más conservarla, pero no tengo idea de cómo alimentarla y de momento no tengo una pecera o algo donde alojar una; así que en todo caso, la idea se escuchaba como algo que requeriría más dinero del que puedo gastar en estos días.
Del dicho al hecho hay un buen trecho, dicen. Y los eventos que trascurrieron antes de poder llevármela fueron de lo más peculiares.
Verán, ya les había comentado antes acerca del pueblito en el que trabajo hoy en día, es un pequeño pueblo rústico el cual aún se encuentra un tanto arraigado en cuanto a ciertos usos y costumbres, pese a que muchos de los avances tecnológicos de hoy en día si han encontrado su camino hasta aquí.
Hablo de un lugar en el que la población es predominantemente de fuertes convicciones religiosas y creyente de todo tipo de supersticiones, un lugar donde contratan el servicio de Sky solo para ver programas de televisión nacional, donde poseen maneras un tanto rudimentarias de expresarse y de hacer las cosas.
Esta racionalización es la que (por ejemplo) me hace tomar a la ligera cada vez que escucho a alguien decir “súbete para arriba” o “salte para afuera”. Es una de esas cosas que no tiene caso discutir, pues por más ingeniero que yo sea, eso no me da derecho a venir aquí a decirles que está mal el modo en el que ellos se expresan.
Todo esto me lleva a comentarles acerca de un personaje que reside en el mismo lugar al que vamos a comer diariamente, quien a pesar de no ser originario de aquí, claramente ha aprendido las costumbres y el estilo de vida de este lugar.
Hablo de una persona que tiene entre 40 y 50 años quien anteriormente fue un músico, creo que originario de Guadalajara, quien ha viajado a varias ciudades de nuestro país y sabe todo acerca de rock clásico, hasta un punto en el que, cuando habla de rock yo prefiero quedarme callado y escucharlo, pues en ese tema no hay nada que yo pueda saber y él no.
Y aunque puedo considerar a esta persona como alguien inteligente y culto, con el tiempo, ha mostrado algunos rasgos que ya no son del todo agradables, como una manera muy cerrada de pensar, alguien que cree saberlo todo y testarudo cuando sea que alguien opine de una manera diferente.
En fin, regresando a este día en el que me había hecho a la idea de llevarme a la mantis religiosa de vuelta a la oficina, alcé la voz para que me escuchara la señora de la cocina y cuando me escuchó le pedí que me prestara un recipiente.
Todo mundo volteó a verme tras la extraña petición y cuando la señora me preguntó para qué lo quería le dije:
– Lo quiero para llevarme a ese animal – al tiempo que señalaba al insecto hacia mi derecha.
Mientras la señora buscaba el recipiente, su esposo (la persona de quien les hablaba) me preguntó que era, a lo que respondí:
– Una mantis –
– ¿Una que? – me preguntó.
– Una mantis – afirmé nuevamente.
– ¿Qué cosa? – me volvió a cuestionar.
– Una mantis… – en ese momento imaginé que estábamos hablando en diferentes términos, de modo que agregué – O no sé, como le llaman aquí.
– ¿Una que? – me preguntó.
– Una mantis – afirmé nuevamente.
– ¿Qué cosa? – me volvió a cuestionar.
– Una mantis… – en ese momento imaginé que estábamos hablando en diferentes términos, de modo que agregué – O no sé, como le llaman aquí.
Para ese entonces, la señora ya venía con el recipiente en la mano, quien también tenía curiosidad por saber que era aquello de lo que hablábamos. Pero el señor se adelantó a “ver y oír” lo que yo decía.
Elegí la expresión “ver y oír”, porque eso es exactamente lo que hizo, no observar al insecto para ver de que se trataba, ni escuchar lo que yo le decía, sino únicamente dar su propio y único juicio.
– ¿Es mala? – Me preguntó y estoy seguro de que me escucho decir – No.
– ¿Es mala? – Preguntó nuevamente y no estoy seguro si realmente quería escuchar mi respuesta, la cual fue nuevamente – No.
– ¿Es mala? – Preguntó nuevamente y no estoy seguro si realmente quería escuchar mi respuesta, la cual fue nuevamente – No.
En eso, blandió una “manita” (ya saben, de estas cosas que sirven para rascarse la espalda) hecha de madera y trató de asestarle un golpe. Afortunadamente falló (o la mantis lo evitó, no estoy seguro) y esta vez volví a decir – ¡No! – Pero esta vez levanté más la voz esperando que el mensaje lograra atravesar el grueso cráneo de esta persona.
En lo que lo buscaba para darle un segundo golpe, la señora logró acercarse y dijo – ¡Ah, es una campamocha! – logrando que su esposo desistiera de su frenesí homicida al convencerse que no era una criatura infernal que esperaba el momento perfecto para asesinarnos a todos.
Sí, la Mantis sobrevivió.
Finalmente me prestaron el recipiente y atrapé a la criatura con gran facilidad dentro este, cerrándolo solo lo suficiente para que no escapara. La mantis (o campamocha) comenzó a trepar las paredes del recipiente para tratar de encontrar una salida; hizo esto por no más de dos minutos y después se tranquilizó en el centro del recipiente y reanudó con la limpieza de sus antenas – ¡vaya tranquilidad!
Nos despedimos después de la cena y me llevé el recipiente conmigo, procurando no agitarlo demasiado de regreso a la oficina. Mi compañero me preguntó para que lo quería, a lo que le respondí que solo quería tomarle unas fotos y después liberarlo. Pero como dije anteriormente, lo que realmente QUERÍA era tener una pecera, llenarla de hojas y ramitas, meter la mantis allí, ponerle un nombre, investigar como es que podía alimentarla y llevarla de vuelta a casa.
Con excepción de las hojas y ramitas, todo lo demás estaba fuera de mi alcance, por lo cual me conformaba con solo tomar unas fotos… y no quise ponerle nombre o iba a ser una difícil despedida.
Coloqué el recipiente sobre la mesa, y nuevamente observé como la mantis buscaba escapar de esa prisión por poco más de un minuto y nuevamente tranquilizarse en el centro del recipiente y continuar con sus hábitos de limpieza.
Contaba con pedirle la cámara digital a mi compañero antes de que se fuera por el jefe al aeropuerto, pero no contaba con el hecho de que ellos no iban a regresar sino que se iban a quedar en un hotel para realizar un recorrido temprano al día siguiente, de modo que iban a necesitar la cámara. Me dijo – O tómale rápido unas fotos antes de que me vaya – imaginé que no podría tomar buenas fotos rápido, así que le dije que mejor no y que mejor trataría con la cámara de mi celular. Cuando mi compañero se fue abrí el recipiente.
– Tómale rápido unas fotos antes de que me vaya – esa sugerencia resonó en mi cabeza al ver frente a frente a la criatura.
¡No había visto animal tan tranquilo y apacible en toda mi vida! Pude haber tomado una sola foto de la mantis religiosa y salir perfecta. Al abrir la tapa, la mantis no hizo ningún esfuerzo por salir, solo se me quedó viendo a mí y los alrededores. Aproveché para tomar la primera foto.
Creo que el deseo de tomar una con mis manos se remonta a la película de Karate kid 4, donde la protagonista toma una (enorme) mantis religiosa con las manos para llevársela a un monje del templo budista para hacerle entender que había aprendido la lección y se disculpaba por haber intentado matar a una cucaracha la noche anterior (pues tal parece que está prohibido matar cualquier criatura dentro de las paredes de un templo budista.)
Sin embargo, algunos picotazos de aves y dos mordidas de iguana en mi vida hacen de mi alguien más precavido con los animales, de modo que tomé una toalla y traté de averiguar si la mantis se treparía a ella por si sola, para poder trasladarla a un mejor lugar para tomarle las fotos.
La mantis salió volando del contenedor, suspendiéndose en el aire unos segundos, donde pude apreciar que su vuelo es algo torpe, y finalmente se posó en una de las paredes de la oficina.
Me acerqué nuevamente a ella con el celular en mano y me dediqué a observarla. Una vez que esta se acostumbró a mi presencia continuó con la limpieza de sus antenas y fue entonces cuando la sesión de fotos comenzó.
Aunque la figura de la mantis se aprecia a la perfección, me hubiera encantado obtener fotos con más detalle, poder observar el detalle de su exoesqueleto, lo vivo de sus colores y su espantoso, pero extraordinario, pequeño rostro.
Nuevamente me asombró la tranquilidad y la paciencia de la criatura, yo estaba recostado en el suelo y mi rostro no estaba a más de 10 o 15 centímetros de ella y esta continuaba con el minucioso cuidado de sus antenas.
Quienes me conocen desde hace mucho tiempo, saben que soy todo un entusiasta de los animales; para quienes no me conocen desde hace tanto, les puedo comentar que he tenido un amplio repertorio de animales viviendo bajo mi mismo techo: perros, gatos, tortugas, hámsteres, aves, peces, incluso iguanas, un murciélago y, el más peculiar de todos ellos, un lagarto cornudo a quien tuve que cambiarle de nombre al darme cuenta de que era hembra, pues había dado a luz a diez pequeños lagartitos más (y ver como los pequeñitos salían de sus vainas fue una de las visiones más impresionantes que había observado a mis 11 o 12 años de edad).
Veo la tranquilidad de la mantis religiosa a través de mis fotos; y recuerdo la terquedad y la obstinación de aquella persona que estaba tan determinada a matarla; entonces me pregunto: ¿Quién de ellos es el animal aquí? ¿Está bien privar de la vida de una criatura solo por no comprenderla? ¿O solo porque uno es más grande?
Esa es la gran diferencia que existe este el ser humano y el animal. Un animal nunca mataría a otra especie más que por necesidad o por defenderse. Los humanos tenemos milenios matándonos entre nosotros y todo cuanto se nos pone enfrente.
Ese clima de intolerancia es algo que rara vez es practicado por los animales. Ellos reconocen sus necesidades y se esmeran por la supervivencia propia y de sus crías. Si viven de comer animales más pequeños, esa será su única razón para depredar, no lo harían solo por el placer de hacerlo o por influencia de otros.
Bueno, excepto los gatos… esos sí son asesinos natos.
Es esa incapacidad de los humanos a convivir con los demás seres vivos de este planeta una de las cosas que suelen decepcionarme de la humanidad. De nuevo ¿Quién es el animal?
¿Por qué no podemos tolerar a las criaturas que tienen tanto derecho a este mundo como nosotros? Porque en todo caso, somos nosotros quienes desalojamos a toda criatura para poder construir nuestras moradas.
Por supuesto que tampoco llevo esta idea al extremo, no me gusta la idea de moscas o cucarachas en mis alimentos ni ratas en mi alacena, así como he aprendido el arte de matar mosquitos con cada parte de mi cuerpo (si, incluso con mi cabeza).
Es normal que poseamos enemigos en la naturaleza, y las consideramos plagas pues su presencia puede causarnos malestar, como es el caso del mosquito vector del dengue en zonas tropicales como es el caso de mi ciudad, razón por la cual existe una campaña de salubridad tan intensa con el propósito de no permitir que este insecto se reproduzca en nuestras casas.
¿Pero que hay de los animales que no nos causan ningún daño? Incluso ¿Qué hay de aquellas criaturas con las que podemos tener una asociación simbiótica?
De la misma manera que un tiburón es siempre seguido por un charal, quien ofrece limpieza a cambio de protección en contra de peces más grandes, hay criaturas que nos ofrecen beneficios cuando convivimos con ellos pacíficamente.
Un ejemplo muy conocido para aquellos que residimos en Sinaloa ha recibido el nombre de “cachora”, que en realidad es una especie de gecko o reptil en miniatura que se alimenta de insectos pequeños. Esta criatura vive en zonas tropicales, y es muy común que entren en las casas para buscar alimento, así como la seguridad y el confort que ofrecen nuestras viviendas.
Quiero pensar que la mayor parte de la población no daña a estos pequeños animales pues realmente no nos hacen ningún daño, sino que al contrario, ayudan al digerir todos esos pequeños insectos que causan molestias en nuestros hogares.
Otro caso interesante es el de la India, donde el temor a ser mordido por las serpientes de la región, llevó a los campesinos a matarlas cuando encontraban una en sus sembradíos. La dura lección que aprendieron fue que las serpientes mantenían a raya la proliferación de ratas, y con menos serpientes, las ratas fueron libres para devorar las cosechas y esparcir enfermedades en la población.
También, cada año este pueblo recibe la visita de golondrinas, las cuales anidan y se reproducen en los alrededores, incluyendo las paredes de algunas casas como uno de sus sitios favoritos para anidar.
Aquí en la oficina, cuando llegué a trabajar el año pasado me encontré con que en una de las trabes existía un nido, en el cual ya se encontraban una pareja de golondrinas empollando a sus crías. Mi entonces compañero dijo – ya nada más que se vayan los polluelos, lo vamos a tumbar [el nido].
Este compañero del que les hablo se fue al poco tiempo, pero de cualquier manera, el nido no se salvó dado que a mi otro compañero tampoco le gustó tener a las golondrinas como inquilinos.
Vimos a los polluelos, revolotearon alrededor de la oficina como por una semana y después se fueron con todo y sus padres (me imagino) hacia el sur a buscar climas más cálidos. Después de eso, mi compañero ordenó a la señora del aseo que tirara el nido.
Volvieron los vientos cálidos a la región y con ellos las golondrinas. Mi compañero se sintió mal al ver que regresaba la misma pareja de golondrinas del año pasado buscando el nido que tanto trabajo les había costado construir. Los escuchábamos trinar con fuerza y revoloteaban a lo largo de la oficina (quizá) buscando su nido.
Pero con la decepción, regresó su determinación a construir otro nido, y vimos como poco a poco edificaban otro nido en el mismo lugar donde estaba el anterior utilizando arcilla que recogían sobre sus picos desde el húmedo suelo provisto por la estación de lluvias.
Y así se ve una golondrina adulta tomando el sol para llevar el calor de su
plumaje de vuelta a su nido.
Desde entonces, hemos visto dos generaciones de polluelos nacer y volar de allí, y hemos visto disputas de otras parejas de golondrinas tratando de arrebatar el nido a sus propietarios; y desde entonces, es una de las atracciones que siempre mostramos a quienes visitan nuestra oficina – tenemos un nido de golondrinas sobre nosotros.
Eso si, mi compañero sigue odiando a las hormigas de esta región, pues estas aparecen desde cualquier lado. Pero el lado positivo de su presencia es que también mantienen a raya a otros seres no deseados en los hogares como tarántulas o alacranes, simplemente me alegra poder ponerme mis zapatos de trabajo por la mañana sin el pendiente de encontrarme con una indeseable sorpresa.
Es curioso que mencione a las hormigas, pues la sesión de fotos de la mantis religiosa terminó cuando una (no se porqué) saltó desde el techo y aterrizó justo en mi parpado derecho (OK, a veces las hormigas también pueden ser un fastidio).
No creo que necesite explicar cuan horrible se siente cuando algo, lo que sea, cae sobre tu ojo. Y la desesperación al no saber que rayos estaba rondando sobre mis pestañas me hizo levantarme súbitamente y correr al baño a tratar de ver que estaba pasando.
En fin, regresé a ver a la mantis y allí seguía. Aún no descargaba las fotos, de modo que no sabía que tan bien habían salido; lo que si sabía es que mi celular toma mucho mejores fotos a la luz de la mañana, así que busqué la manera de contener a la mantis hasta la mañana siguiente sin tener que encerrarla de nuevo en el recipiente.
De modo que, tratando de tomarla nuevamente con la toalla, esta voló justo hacia dentro de una de las habitaciones, que es exactamente el lugar donde quería encerrarla. La observé sobre la pared, y después se dirigió hacia el suelo de la habitación. – ¿Las mantis pueden ver en la oscuridad? Me imagino que sí – pensé – quizá atrape algún bicho dentro de la habitación en lo que la libero –
La seguí viendo unos segundos, aún seguía relamiendo sus antenitas, tan tranquila y apacible como nadie que hubiera sido espantado hacia un momento ¿Acaso sentirán miedo? Estamos hablando de un insecto que se deja devorar por la hembra después de aparearse.
Entonces emparejé la puerta y esperé buscarla a la mañana siguiente.
A la mañana siguiente busqué dentro de la habitación. Maldita mantis se había escapado. Me había visto la cara toda la noche haciéndome creer que iba a estar allí, aún limpiando sus antenitas, cuando de alguna manera logró hacerse camino hasta la ventana del baño.
La noche anterior pensé en cerrar la puerta del baño para evitar que hiciera lo que hizo, pero al ver la pasividad de la criatura y lo torpe de su vuelo, no se me ocurrió que lograra llegar hasta allá, por eso opté por dejarla abierta para que tuviera más espacio para explorar esa noche.
No pude evitar reír ante mi ingenuidad, aprendí una importante lección al dejarme llevar por las apariencias.
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